martes, 6 de mayo de 2014

De "Confesiones de El Espectador" (Democracia morbosa), 1916

"Vivimos rodeados de gentes que no se estiman a sí mismas, y casi siempre con razón. Quisieran los tales que a toda prisa fuese decretada la igualdad entre los hombres; la igualdad ante la ley no les basta: ambicionan la declaración de que todos los hombres somos iguales en talento, sensibilidad, delicadeza y altura cordial. Cada día que tarda en realizarse esta irrealizable nivelación es una cruel jornada para esas criaturas resentidas que se saben fatalmente condenadas a formar la plebe moral e intelectual de nuestra especie. Cuando se quedan solas les llegan del propio corazón bocanadas de desdén para sí mismas. Es inútil que por medio de astucias inferiores consigan hacer papeles vistosos en la sociedad. El aparente triunfo social envenena más su interior, revelándoles el equilibrio inestable de su vida, a toda hora amenazada de un justiciero derrumbamiento. Aparecen ante sus ojos como falsificadores de sí mismos, como monederos falsos de trágica especie, donde la moneda defraudada es la persona misma defraudadora.

Ese estado de espíritu, empapado de ácidos corrosivos, se manifiesta tanto más en aquellos oficios donde la ficción de las cualidades ausentes es menos posible. ¿Hay nada tan triste como un escritor, un profesor o un político sin talento, sin finura sensitiva, sin prócer carácter?¿Cómo han de mirar esos hombres, mordidos por el íntimo fracaso, a cuanto cruza ante ellos irradiando perfección y sana estima de sí mismo?

Periodistas, profesores y políticos componen, por tal razón, el Estado Mayor de la envidia que, como dice Quevedo, va tan flaca y amarilla porque muerde y no come. Lo que hoy llamamos opinión pública y democracia no es en gran parte sino la purulenta secreción de esas almas rencorosas".

1 comentario:

  1. Nota para el bloguero: ¿Ha intentado usted enviar este parrafito al Congreso de la Nación y a los principales medios de comunicación?
    Tal vez si lo hiciese provocaría ese sonrojo tan anhelado y necesario por las propias iniquidades; tal vez si Ortega se pusiese de moda se produciría ese cambio tan esperado; tal vez y solo tal vez esta es una o la principal razón por la cual se tuvo que marchar de España y fue tan mal recibido cuando volvió.
    Si es que no se puede tener un conocimiento tan profundo y acertado de la naturaleza del hombre.

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